Realmente nunca he estado en Paris, ni siquiera sé porque me llama tan poderosamente la atención ese lugar que en mi imaginación suena como mágico, pudiera atribuírselo a la historia, concretamente a la cultura que se gesto en esos lares, a las crónicas de su misterio, a sus mujeres encantadas, pero a ciencia cierta, no lo sé. Aún así, muero por estar en Paris, solamente contemplando Paris, no únicamente sus grandes sitios, sus museos, sus esculturas y su belleza, sino percibiendo el aroma de sus calles con olor a recuerdos, reavivando escenas de maestros reunidos alrededor de la mesa de un café, discutiendo apasionadamente de cosas sin trascendencia alguna, pero que al calor del pensamiento le encuentran sentido a aquellas ambigüedades que para la gente común son inobservables, desentrañando historias de amantes escondidos.
Pero hoy para mi, Paris se encuentra lejos, gracias a este escaso o mejor dicho casi nulo presupuesto, me consuelo alegremente en este seductor pasaje, un café llamado “El Patio” inmerso en esa gran urbe que tampoco pertenezco a ella pero que se encuentra a menos de hora y media en un viaje de clase económica y con un par de escalas forzadas que fácilmente se pueden sobrellevar con un buen amigo llamado “Los versos del Capitán”.
Un excelente lugar donde no pasa el tiempo, donde se congela la historia y nos remonta a años del pasado para convertirnos en protagonistas de una epopeya personal sin que esta tenga la necesidad de ser contada para las futuras generaciones. Llena de objetos de antaño, algún retrato en blanco y negro de un personaje no conocido, un par de baúles desfondados, una rueda oxidada de lo que alguna vez fue una carreta o alguna maquina de esas gigantes que se usaban para coser vestidos, una plancha de hierro que se calentaba con carbón, varias máscaras de alguna civilización no famosa y libreros llenos de viejos tomos llenos de sabiduría y pasión. Las mesas viejas, de madera de algún árbol como pinos o abedules, pero que a pesar de su antigüedad se conservan firmes como robles, adornadas con manteles sencillos, de tela no muy fina y con un florero en forma de botella para albergar a una rosa seca que esta vez no fue a parar al basurero de la esquina. Por las noches se encienden veladoras en cada una de las mesas, algunas veces son blancas, pero esta ocasión eran de colores fuertes. Una lámpara en uno de los libreros con su recubrimiento roído por todos lados pero su base es de arcilla en forma de rostro humano o siendo un poco mas precisos, con forma de cráneo. Pero ahí esta, transportándonos al mágico mundo de lo inusual.
Seguramente a este lugar nunca asistió Agustín Lara, Jaime Sabines, ni García Márquez tuvo encuentros con Joaquín Sabina, ni Pablo Neruda escribió algún verso en mi rincón predilecto, posiblemente porque aun no existía, pero algo es cierto, todos ellos han sido comentados en las platicas de los muchos atrapados en este café tan acogedor.
Mi amiga y yo entonamos charlas tan existenciales, en las que tratamos de resolver nuestro pequeño mundo irrelevante, pero que al final de cuentas nos incumbe a todos. Argumentando opiniones sobre lo correcto o lo incorrecto, sobre lo prohibido o lo permisible, sobre amores abatidos y como afectan el estado de animo, razones inescrutables del amante y el amado, hablábamos de culturas, de formas de ser y de actuar, de todo lo que se puede hablar, el lugar te lo pide a gritos, cada quien absorto en su platica. Por momentos sentía que hablaba con Poniatovskva y que yo era Sabines, claro que es un vituperio, mas solo es parte del encanto del sitio, en donde no existen barreras o limites sociales para entablar una amena conversación.
Ay amiga, en verdad que eres sincera, has desarmado mi estructura de acero para convertirme en un ermitaño de la vida, pero aprecio tu valentía que es un código de los amigos entrañables que hablan con honestidad bajo cualquier circunstancia adversa y aun en contra del sentimiento hiriente.
A veces quisiera que ese lugar permaneciera en silencio y que nunca dejara esa chispa de soledad, de alegría intrínseca, de misterio ancestral.
Aun Paris sigue lejos, pero siempre la corriente cambia de dirección, así que espero que mi barca, pronto me lleve donde en sueños he vivido la pasión.
Pero hoy para mi, Paris se encuentra lejos, gracias a este escaso o mejor dicho casi nulo presupuesto, me consuelo alegremente en este seductor pasaje, un café llamado “El Patio” inmerso en esa gran urbe que tampoco pertenezco a ella pero que se encuentra a menos de hora y media en un viaje de clase económica y con un par de escalas forzadas que fácilmente se pueden sobrellevar con un buen amigo llamado “Los versos del Capitán”.
Un excelente lugar donde no pasa el tiempo, donde se congela la historia y nos remonta a años del pasado para convertirnos en protagonistas de una epopeya personal sin que esta tenga la necesidad de ser contada para las futuras generaciones. Llena de objetos de antaño, algún retrato en blanco y negro de un personaje no conocido, un par de baúles desfondados, una rueda oxidada de lo que alguna vez fue una carreta o alguna maquina de esas gigantes que se usaban para coser vestidos, una plancha de hierro que se calentaba con carbón, varias máscaras de alguna civilización no famosa y libreros llenos de viejos tomos llenos de sabiduría y pasión. Las mesas viejas, de madera de algún árbol como pinos o abedules, pero que a pesar de su antigüedad se conservan firmes como robles, adornadas con manteles sencillos, de tela no muy fina y con un florero en forma de botella para albergar a una rosa seca que esta vez no fue a parar al basurero de la esquina. Por las noches se encienden veladoras en cada una de las mesas, algunas veces son blancas, pero esta ocasión eran de colores fuertes. Una lámpara en uno de los libreros con su recubrimiento roído por todos lados pero su base es de arcilla en forma de rostro humano o siendo un poco mas precisos, con forma de cráneo. Pero ahí esta, transportándonos al mágico mundo de lo inusual.
Seguramente a este lugar nunca asistió Agustín Lara, Jaime Sabines, ni García Márquez tuvo encuentros con Joaquín Sabina, ni Pablo Neruda escribió algún verso en mi rincón predilecto, posiblemente porque aun no existía, pero algo es cierto, todos ellos han sido comentados en las platicas de los muchos atrapados en este café tan acogedor.
Mi amiga y yo entonamos charlas tan existenciales, en las que tratamos de resolver nuestro pequeño mundo irrelevante, pero que al final de cuentas nos incumbe a todos. Argumentando opiniones sobre lo correcto o lo incorrecto, sobre lo prohibido o lo permisible, sobre amores abatidos y como afectan el estado de animo, razones inescrutables del amante y el amado, hablábamos de culturas, de formas de ser y de actuar, de todo lo que se puede hablar, el lugar te lo pide a gritos, cada quien absorto en su platica. Por momentos sentía que hablaba con Poniatovskva y que yo era Sabines, claro que es un vituperio, mas solo es parte del encanto del sitio, en donde no existen barreras o limites sociales para entablar una amena conversación.
Ay amiga, en verdad que eres sincera, has desarmado mi estructura de acero para convertirme en un ermitaño de la vida, pero aprecio tu valentía que es un código de los amigos entrañables que hablan con honestidad bajo cualquier circunstancia adversa y aun en contra del sentimiento hiriente.
A veces quisiera que ese lugar permaneciera en silencio y que nunca dejara esa chispa de soledad, de alegría intrínseca, de misterio ancestral.
Aun Paris sigue lejos, pero siempre la corriente cambia de dirección, así que espero que mi barca, pronto me lleve donde en sueños he vivido la pasión.